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08 octubre, 2019

Sitges 2019 ~ Día 5

Ayer llegábamos al ecuador de esta edición con una ristra de títulos a las espaldas que ya empieza a ser considerable, y es que se están aprovechando todos los días para poder ver lo máximo posible. Aún así, seguimos con ganas de ir tachando las películas que teníamos agendadas.

La primera de la jornada era la simpática Corporate Animals de Patrick Brice.

Cambio de última hora para entrar a esta sesión matinal tras los comentarios bastante positivos que se decían sobre ella. Una comedia con un humor negro y algo macabro en la que seguiremos las andaduras de un grupo de empleados que asisten a unas jornadas activas para hermanarse. El caso es que tras un desliz quedarán encerrados en el interior de una cueva sin posibilidad ninguna de salir. Es aquí cuando empezarán a surgir los roces entre ellos y saltar alguna que otra chispa.

Más allá del reclamo que la ya veterana Demi Moore pueda generar en los espectadores, la verdad es que la película merece algo más que solamente eso. Se nota que el presupuesto es ínfimo, y eso hace que se haya rodado sin ninguna otra pretensión que entretener al espectador, y lo consigue. Sin grandes aspavientos, la película tira de un guión repleto de gags que pondrá en boca de una serie de personajes a cada cual más excéntrico y característico. Sencilla, corta y directa al grano. No será recordada, pero al menos no acaba siendo una frustración.

La siguiente sesión era uno de los estrenos esperados en este festival. Se trataba de El hoyo, primera incursión en el largometraje de Galder Gaztelu-Urrutia.

Con muy buenos comentarios en el Festival de Toronto, Netflix le echó el guante lo antes posible para distribuirla en su plataforma online. Producto totalmente autóctono de la mano de Basque Films, se ha podido comprobar que aquí también se tiene muy buen talento para el cine de género. La película nos sitúa en los interiores de una estructura dividida en 100 niveles distribuidos verticalmente, cada uno de ellos con una pequeña habitación ocupada por dos personas desconocidas entre sí. Éstos tendrán que sobrevivir durante 6 meses como puedan, teniendo como sustento solamente la comida que les llega desde un montacargas.

Claramente se le pueden encontrar referencias a otros títulos como Cube(Vincenzo Natali, 1997) o Snowpiercer (Bong Joon-ho, 2014), aunque sigue teniendo su propia personalidad. Por un lado la parte estructural, con una ambientación claustrofóbica que limita a los actores en el espacio y les obliga a desarrollar un papel mucho más protagonista, y por otro lado la ideológica, en la que se trabaja el clasismo de la sociedad que aún perdura en nuestros días. Muy bien rodada e igualmente interpretada, la película nos lleva por un viaje de lucha contra el poder y por sobrevivir. Muy grata sorpresa y de lo mejor visto hasta la fecha.

Y tras el subidón producido por el pase anterior, le tocaba el turno a otra película de habla hispana con origen colombiano, Luz, primer trabajo del joven director Juan Diego Escobar Alzate.

Está claro que el folk horror lleva de moda unos años y este es un claro ejemplo más. Con una estética completamente heredada del western italiano más clásico, este director nos transporta a las montañas colombianas para desarrollar una historia de terror nada convencional. En un poblado rural aislado de la sociedad acaba de llegar el que parece ser el nuevo mesías, pero más allá de la realidad, lo que hará será provocar confusión en la propia fe.

Esta es una de esas películas para las cuales hay que volcarse al completo y no ser impaciente con los hechos que en ella suceden. De ritmo pausado y escenas totalmente contemplativas cargadas de diálogos demasiado oníricos, el debate que el director y guionista con el que quiere hacer partícipe al espectador es demasiado volátil como para prestarle atención durante todo su metraje. Está claro su atrevimiento con el género y la forma de enfocarlo, así como el buenhacer en el apartado técnico y en la dirección de actores, pero no hemos llegado a entrar en ningún momento.

Después le tocaba el turno a la producción australiana Judy and Punch, con la cual debuta la actriz y ahora directora de su primer largometraje  Mirrah Foulkes.

La historia se basa en un espectáculo clásico de títeres que data de mediados del siglo XVII, pero esta vez las tornas se han cambiado y es Judy la que coge el mango por la sartén (o mejor dicho la porra en este caso) dándole la vuelta a tantos años de empoderamiento masculino. En este caso, los protagonistas son marionetistas que representan esta misma obra, la cual extienden también fuera de los escenarios.

Con un aire puramente inglés de la época, iremos viviendo poco a poco esa evolución del cambio de papeles a través de las peripecias que se irán sucediendo respecto al negocio y de como les irá afectando en lo personal. Demasiado simplona para nuestro gusto, la película no va más allá de eso, un cuento con algunos tintes de terror demasiado benévolos para un espectador aficionado al género. Un cuento infantil protagonizado por adultos.

La siguiente en nuestra apretada agenda era la película japonesa It comes, dirigida por el ya conocido en este festival, Tetsuya Nakashima.

Tras haber pasado por aquí con sus últimas realizaciones, Confessions (2010) y la más reciente, El mundo de Kanako (2014), este director aborda de nuevo el terror pero desde una vertiente menos agresiva, apostando más por crear una buena atmósfera que no por ser más explícito y acelerado con sus escenas, tal y como nos tenía acostumbrados hasta la fecha. Para ello se sumerge en el folclore japonés y nos plantea una historia que incluirá fantasmas, exorcismos y demás elementos tradicionales del terror.

Pero más allá de crear en el espectador cierta incomodidad (como hubiese sucedido con otros films más contundentes) lo que hace es confundirlo sin saber a veces donde se encuentra. El motivo principal es el abuso de los saltos temporales y de propiciar un montaje que no termina de darle una continuidad acertada al ritmo de la película. Quizá también, el desconocer la tradición sobre algunos aspectos de la cultura nipona, puedan hacer mella en su valoración final, pero el resultado no nos ha sido para nada satisfactorio. Puede que con otro visionado se aclaren ciertos aspectos... probaremos.

Y para cerrar la jornada una de las películas de las cuales teníamos bastantes ganas. Se trataba de After midnight, el último trabajo de Jeremy Gardner y Christian Stella.

Hace unos cuantos años ya, este joven director nos sorprendió con The Battery (2012) y su visión particular de la nueva oleada de cine zombie con una historia que iba más allá del terror. Ahora vuelve con una estructura similar, en el que mezclará una historia de amor (o desamor) con algunos elementos sobrenaturales que añadirán cierta intriga a la situación, en el que el mismo director vuelve a protagonizar (y con algún compañero de profesión en el reparto como Justin Benson).

Pero en esta ocasión dista mucho de enganchar tanto como lo hizo aquella. Todo el apartado dramático parece haber salido de un telefilm de mediodía y la vertiente sobrenatural, la cual aparece en muy contadas ocasiones, no hace el efecto que debería en el espectador, más allá de provocar ciertos cábalas mentales. Quizá el tramo final acaba siendo algo cómico y saca alguna que otra sonrisa, pero no creo que fuese tampoco el objetivo de la misma. Así pues, cierta decepción al esperar algo más de esta película, la cual se queda en entretenida y poco más.

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