De nuevo en tierras guipuzcoanas para asistir un año más a este Festival de San Sebastián que cumple ya su 67ª edición, veterano donde los haya, se nota que va renovándose y reinventándose con el paso del tiempo para mantenerse a la vanguardia del circuito festivalero. Así pues, nos abre sus puertas para que podamos disfrutar de la extensa programación que ha preparado para sus asistentes y de la que ya hemos hecho nuestro extracto particular para completar la agenda.
Llegamos tarde en su día inaugural, así que solamente pudimos ver la última proyección en el Teatro Principal, no por ello exenta de interés y con varios ingredientes que aumentaban aún si cabe su atractivo. Incluída dentro de la sección Perlas, se trataba del último trabajo de Robert Eggers, la cual ya causó sensación en el pasado Festival de Cannes llevándose el premio FIPRESCI. Hablamos de The Lighthouse.
No es una película fácil de digerir, todo hay que decirlo, al menos en su primer contacto. La odisea por la que nos hacer pasar el director puede llevarnos a muy diferentes lecturas, pero el nexo entre todas ellas es lo hipnótica que llega a ser, atrapando al espectador en su propio y sórdido mundo sin poder o querer salir de él hasta la conclusión de la misma. Ese es el gran objetivo que tendría que tener toda película, no dejar indiferente a nadie, y ésta lo consigue.
La convivencia de estos dos vigilantes de faro será el ejercicio con el que el director nos hace partícipes de esta histeria, como si de una obra de teatro plasmada en la gran pantalla se tratase, haciendo referencia a historia y mitología directa e indirectamente. Las líneas de guión y el formato con el que está realizada así podrían determinarlo, así como las estupendas interpretaciones que el duo actoral realiza sin miramiento alguno y dándolo todo. Igualmente, el apartado técnico que le da forma es exquisito, desde la fotografía en blanco y negro hasta los sonidos ambientales grabados a propósito para la ocasión, conjunto que nos hace sentir aún más esta experiencia. Gran acierto.
La convivencia de estos dos vigilantes de faro será el ejercicio con el que el director nos hace partícipes de esta histeria, como si de una obra de teatro plasmada en la gran pantalla se tratase, haciendo referencia a historia y mitología directa e indirectamente. Las líneas de guión y el formato con el que está realizada así podrían determinarlo, así como las estupendas interpretaciones que el duo actoral realiza sin miramiento alguno y dándolo todo. Igualmente, el apartado técnico que le da forma es exquisito, desde la fotografía en blanco y negro hasta los sonidos ambientales grabados a propósito para la ocasión, conjunto que nos hace sentir aún más esta experiencia. Gran acierto.
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