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13 octubre, 2018

Sitges 2018 ~ Día 9

Aún siendo el penúltimo día de festival, la verdad es que la jornada de ayer fue una pasada en cuanto a títulos vistos y actos a los que asistimos. Parece mentira cómo a estas alturas aún quedan cartuchos que disparar para ofrecer al espectador sesiones memorables y también esperadísimas por el aficionado al género, así que un diez para los programadores y organización.

La película que abría la lata era el nuevo trabajo del bilbaíno Koldo Serra, que con sus 70 Binladens (2018) se acerca de nuevo al thriller.

La premisa es tan básica como que en una sucursal bancaria se está cometiendo un atraco con rehenes y las fuerzas de la autoridad tienen acorralados a los delincuentes. Hasta aquí es todo muy convencional, excepto por el detonante que marca la diferencia y le dará mucho más juego a la trama: una de las rehenes tiene otros intereses personales y querrá llevarlos adelante como sea.

Rodada casi completamente en interiores, el ritmo que le imprime jugando con los diálogos cruzados entre los protagonistas hace que no decaiga en ningún momento, sobretodo por la magnífica interpretación de los actores principales y del buen desarrollo de sus personajes. Además, a medida que avanza la historia, nos va llevando hacia un terreno en el que sugerirá al espectador un posible desenlace, pero que acaba dándole una vuelta de tuerca más en su finalización. Muy entretenida.

El siguiente era otro de los títulos estrella de esta edición, la nueva entrega de la saga Halloween, en el cual el tito Carpenter se implicaba más que en otras entregas, ya que aparte de avalarla económicamente, le daba una vuelta al tema musical principal de la original. Halloween (2018), dirigida por David Gordon Green.

La historia se retoma cuarenta años después de lo sucedido en la primera parte, donde una ya abuela Jamie Lee Curtis se ha estado preparando, tanto ella misma como a sus descendientes, en todo tipo de habiliadades para poder defenderse de un agresor como Michael Myers. Tomándola como una pirada por su familia, al final le acaban dando la razón cuando éste se escapa durante un traslado a otra prisión y comienza a sembrar el pánico en la ciudad.

Obviando totalmente todas las entregas posteriores que han habido hasta la fecha, la película sigue el patrón empleado en la original, pero ahora en vez de recaer el peso en una scream queen lo hace en tres de ellas, representado a tres generaciones diferentes. Todo lo demás es un recurrir a pasajes del pasado sin aportar nada nuevo ni arriesgado, yendo sobre seguro y replicando lo que antes ya había funcionado. Está muy bien dirigida y entretiene de principio a fin, pero nuestras sensaciones han sido que podía haber dado algo más de si.

Y la sorpresa del día ha sido esta desconocida (para nosotros) producción francesa que nos ha dejado muy buen sabor de boca, L'heure de la sortie (2018) de Sébastien Marnier.

La película comienza de forma sobrecogedora cuando vemos cómo desde el aula de un instituto, el profesor que da clase a los alumnos se lanza por la ventana quedando maltrecho ante la atónita mirada de todos. Esto da pie a la llegada de un sustituo que será con el que seguiremos avanzando en esta inquietante historia de suspenso, donde un pequeño grupo de jóvenes de su clase actuarán de forma misteriosa y le darán más de un dolor de cabeza al nuevo profesor.

Siguiendo con un ritmo más tanquilo tras el flash inicial, la trama continúa hábilmente con un juego para el espectador en el que mediante la investigación de nuestro protagonista para averiguar más sobre la extraña actitud de sus alumnos, nos irá sugiriendo o mas bien dejando bajo nuestro criterio, el creer (o no) hacia donde nos está llevando, si paranoia, obsesión, ... Aparte, aprovecha de paso para concienciar al espectador sobre el camino que estamos siguiendo hacia la autodestrucción de nuestro planeta con pequeños sketches sacadaos de la realidad. Lo dicho, un pequeño gran descubrimiento.

Y para nuestro pesar, una ligera decepción que, aunque la película está muy bien, no era lo que esperábamos. Se trataba de The man who killed Hitler and then the Bigfoot (2018) de Robert D. Krzykowski, financiada por el propio Douglas Trumbull y producida por Lucky McKee.

Con un mismo título en el que aparecen las palabras Hitler y Bigfoot, la verdad es que nuestra mente se enfocó directamente en lo más barriobajero de la Serie B, esperando ver un despiporre en pantalla que mezclase elementos de aquí y de allá para hacer una película. Mucho más lejos de nuestra imaginación, la historia nos cuenta la vida de un veterano de la Segunda Guerra Mundial que esconde el gran secreto de haber sido la pieza clave que eliminó al dictador, y que después de tantos años el Gobierno necesita de sus servicios para eliminar la gran amenaza del Bigfoot de las montañas. Pero todo esto queda en un segundo plano, ya que la verdadera historia es el romance que vivió con una joven durante aquella época.

Contada desde una voz en off, la película va saltando al pasado haciendo uso de flashbacks que la dividirán en dos partes principales, una para cada personaje eliminado. Con una interpretación magistral de Sam Elliot y un magnífico desarrollo de su personaje, va profundizando cada vez más en ese amorío, tomándolo como el quiz que le da sentido a su vida. Es muy ligera, sin grandes aspavientos, pero con una historia que si quitamos esa no muy elaborada parte fantástica, se queda en un drama bastante convencional. Aún así, es muy entretenida.

Y para terminar la jornada la proyección de un documental sobre el genio de los efectos especiales, Trumbull Land (2018) de Gregory Wallet, al cual le siguió una genialísima masterclass con el propio Douglas Trumbull de ponente.

Si todavía no habían quedado claras las hazañas que este hombre ha hecho desde que con sus veintipocos años le contratara el mismísmo Stanely Kubrick para que le diese forma a su 2001: A space oddyssey (1965), este pequeño documental nos acerca aún más a toda su obra hasta la fecha actual, y nos acerca al Trumbull de hoy que incombustiblemente sigue trabajando en nuevos proyectos. Una genialidad que tras su visionado, aún quedó más ampliado con información de primera mano explicada durante casi dos horas que él mismo nos dio en la sala.

Una charla que algunos de los asistentes encontraron demasiado técnica, pero que para nosotros fue una auténtica maravilla. Es una pasada ver cómo después de tantos años aún sigue investigando y desarrollando nuevas formas de ver cine para vivir experiencias que hasta ahora solamente se habían tratado como ciencia ficción, y es que con este hombre todo es posible. Y es que ya en su primer proyecto para la feria internacional de Nueva York en 1964 o en su primera película Brainstorm (1983), ya comenzaba a hacerse eco de una tecnología que le diera la capacidad para ver proyecciones con una experiencia inmersiva total, la cual ha seguido buscando hasta día de hoy, donde parece que ha encontrado la que podría ser la clave definitiva.

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